La tragedia como genero nació en la antigua Grecia, cinco siglos antes de Cristo. Las tragedias griegas hablaban del destino inexorable, de cómo los Dioses jugaban con los mortales como si fueran títeres.
Hicieran lo que hicieran por evitarlo, el destino era inexorable, imposible de evitar. Los hombres, eran impotentes ante su destino.
La tragedia griega era un lamento por la fragilidad humana ante el implacable destino. En cambio casi dos mil años más tarde, en el Renacimiento, el concepto de tragedia cambió.
En la tragedia Shakesperiana, por ejemplo, lo trágico estaba determinado por las acciones humanas. Ya no había un destino inexplicable marcado por los caprichos de los dioses.
Para Shakespeare lo trágico eran las acciones y decisiones humanas. Decisiones que podían conducir a un final feliz, o a un final trágico.
Y mientras que en la tragedia griega lo trágico es el destino, en la tragedia Shakesperiana lo trágico es la condición humana.
En Romeo y Julieta la tragedia se desata porque Romeo no llega a enterarse que Julieta no está muerta. Creyendo muerta al amor de su vida Romeo se mata, y ella al despertar lo ve muerto, y se mata. Pero ¿Qué hubiera pasado si Romeo se hubiera enterado a tiempo? ¿O si ella hubiera despertado minutos antes? ¿Habrían tenido igual un final trágico? ¿Pero se puede escapar del destino cuando ya está escrito?
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Si lo trágico son las acciones y decisiones de los hombres ¿se puede evitar la tragedia?
Para Shakespeare el destino no es algo predeterminado, es algo que se escribe momento a momento. El destino es lo que hacemos cada día con lo que nos toca vivir. El destino es cada decisión que tomamos. Es la habilidad que tenemos para sacar las piedras que la vida pone en nuestro camino.
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